Hasta hace algunos años, en el boulevard Lavalle, entre 9 de julio y Jean Jaurés, sobre la mano derecha yendo en dirección al Cementerio, había en Campana un local comercial que se dedicaba, entre otras cosas, a la compra y venta de oro.
Aunque no recuerdo el nombre de quien era su propietario, lo tengo bien presente en mi memoria porque tiempo después fue auspiciante de alguno de los programas que emitíamos por nuestra emisora de radio FM Sonidos.
¿Por qué cuento esto?
Lo sabrás al final del relato.
Uno de los más notables creadores que tuvo el teatro argentino a lo largo de toda su historia, fue sin duda alguna el dramaturgo Osvaldo Dragún.
Había integrado, junto a Oscar Ferrigno, el grupo Fray Mocho.
Y allá por los años sesenta causó una revolución artística con la creación de una de sus primeras y más singulares obras, la genial Historias para ser contadas.
El devenir de los tiempos y la agitación con que se va viviendo en nuestros días hace que tal vez gran parte de los lectores y las lectoras, no tengan la menor idea de quién fue Osvaldo Dragún.
Digamos, por ejemplo, que fue él quien tuvo la inspiración y la energía necesarias para imaginar, dar forma y llevar a la práctica uno de los hechos más singulares, potentes, populares y enriquecedores que tuvo la cultura argentina a lo largo de toda su historia: Teatro Abierto.
Hacía varios años que la dictadura genocida tornaba irrespirable el aire en nuestro país.
Y Osvaldo Dragún supo y pudo convertirse en el ideólogo y principal realizador del bastión cultural más importante que la Argentina erigió contra aquella dictadura.
Obviamente, como todos y todas los y las artistas del teatro, absolutamente ninguno puede vivir de su trabajo teatral. Y Chacho, tal el sobrenombre con que se lo conocía en todos lados, no fue la excepción.
Escribía una serie, o telenovela, como se la llamaba en aquella época, que se convirtió pronto en un gran éxito y era emitida en capítulos semanales por Canal 9, entonces dirigido por Alejandro Romay.
Lógicamente, la red de espionaje y discriminación impuesta por el régimen, impedía que algo se hiciera público con su nombre y apellido, que figuraba en cuanta lista negra andaba girando por el país.
De modo que una amiga personal de Dragún, que entonces aún tenía acceso a los medios y podía trabajar con libertad, muy conocida por el público en aquel tiempo y cuyo nombre me reservo por respeto a ella y al gran favor que entonces le regaló a Chacho, le permitió que él firmara los manuscritos de aquella serie con el nombre de ella.
Gracias a eso la telenovela pudo salir al aire y lograr el éxito que merecía, lo que le valió a su autor que, al finalizar el año, los dueños de la empresa lo galardonaran con la máxima distinción que en esos años el canal otorgaba al más destacado programa de cada género: el 9 de Oro.
Uno o dos años después de eso logré que Osvaldo Dragún viniera a Campana para dictar un taller de escritura teatral que había organizado La Comedia de Campana y que se dictaba a razón de una clase por semana en el Edificio 6 de Julio.
El Intendente de aquel entonces, Calixto Dellepiane, lo recibió el primer día en su despacho y le entregó en mano el primer cheque con que la Municipalidad honraba los honorarios del artista.
¡Obviamente eran otras épocas! ¡Otros valores! ¡Y otros dirigentes!
Osvaldo Dragún ya conocía Campana. Un par de años antes había venido con su grupo de teatro Cumparte, dirigido nada menos que por Raúl Serrano, para hacer algunas funciones de teatro en los barrios.
Bajo el farol de una esquina, Cumparte y La Comedia de Campana ofrecían las Historias para ser contadas y Los de la Mesa 10.
Recuerdo que lo hicimos varias veces en barrios populares de trabajadores y trabajadoras… en el barrio Lubo, en el barrio Del Pino…
Nos juntábamos temprano a la tarde.
Y entonces salíamos a recorrer el barrio elegido, llamando a la puerta de cada casa para invitar a los vecinos a asistir a la función que se realizaría a tal hora en tal esquina.
Cada uno y cada una podían llevarse su silla o un banquito, el mate, y disponerse a disfrutar de la velada.
Recuerdo que fue para una de esas oportunidades cuando conocí a otro gran artista: el campanense Hugo Correa.
A Chacho se le había ocurrido que todo el grupo de actores y actrices camináramos juntos, cantando alguna canción convocante acompañados por la música de alguna guitarra.
Y ahí estuvo Hugo, quien le puso música al Prólogo de las Historias para ser contadas, y se prestó, junto a la cantante Rosa García, a caminar con nosotros invitando a la gente.
Decía recién que el frenesí con que vivimos en estos tiempos nos impide reparar en ciertos hechos…
¡Lo mismo se me ocurrió ya en aquella época!
Como dije antes, Osvaldo Dragún es, a mi entender, una de las más grandes personalidades que tienen y han tenido las artes argentinas.
Por eso me resulta injusto y casi inverosímil que la mayoría de los argentinos y las argentinas desconozcan quien fue.
Sin embargo, en aquellos años, en que no era la Vida tan vertiginosa como hoy, ocurría algo parecido.
En esa época la compañera de Chacho, su mujer, era María Ibarreta, una gran actriz que formaba parte del mismo grupo Cumparte, y que se había hecho conocida masivamente a través de la televisión con el nombre de Mariángeles.
Caminando, como dije, por las calles del barrio, llamábamos a la puerta de una casa.
Estábamos todos. Y, entre todos, Chacho y María.
Salía la dueña de casa para preguntarnos qué queríamos, y en cuanto veía a María se olvidaba del Mundo!
¡Corriendo emocionada a pedirle un autógrafo!
¡Qué honor que María estuviera en la puerta de su casa!
Y a Chacho, que era la figura señera del Teatro Argentino, ¡ni la hora!
Y claro, ¡era lógico! ¡No es extraño!
¡Hoy vemos tan claramente el tremendo poder que los grandes medios de difusión tienen para gobernar los destinos de un pueblo!
¡La cuestión es que me fui por muchas ramas!
Ahora vuelvo al principio.
Una de las veces que Chacho vino a Campana para dictar su taller de dramaturgia me preguntó si no conocía yo a alguien que comprara oro.
No estaba atravesando un buen momento económico y quería vender algo.
Pero no le gustaba demasiado la idea de hacerlo en Buenos Aires por tratarse de un objeto muy conocido.
Fue entonces cuando me dirigí al vecino del boulevard Lavalle del que hablaba al principio, quien me conocía de vista y que no tuvo ningún problema en recibir a mi amigo.
De modo que a la semana siguiente, cuando Chacho bajó del Chevallier, me propuso que hiciéramos ese trámite.
Caminamos hasta el negocio, entramos, hice las presentaciones del caso, y de inmediato quedé estupefacto cuando Chacho sacó de su cartera un hermosísimo 9 de oro al que ni el vecino ni yo habíamos visto jamás de cerca.
Ellos quedaron los dos satisfechos con la transacción.
Pero a mí me quedó un sabor amargo.
Sabor amargo que no tengo que hacer ningún esfuerzo para recrear cada vez que compruebo el tremendo egoísmo que impregna a una parte grande de la sociedad para la que los valores de la Vida son otros que nada tienen que ver con mis sueños y con mis energías.
Ojalá que esto que he contado y que seguramente no conocías, sirva para acercarte un dato más de algo que pasó aquí, en un pueblo del interior, con destilería de petróleo y caños sin costura, y donde seguramente sus habitantes también sueñan, en muchos casos sin siquiera ser conscientes de ello, con que aquel sabor amargo vaya paulatinamente desapareciendo de la Vida.
Osvaldo Dragún en el Taller de Dramaturgia en Campana - Año 1985
"Los de la Mesa 10" en el Barrio Lubo - Año 1985
1 Medio Siglo haciendo cultura
2 Las dos formas de ver el vaso
3 De interés solo para nosotros...
4 Arte y Transformación Social
5 Lo esencial es lo visible
6 Una cuestión de energía
7 De profesión Jugador
8 "Soy hombre de teatro"
9 Los Sonidos del Silencio
10 Los límites del amor
11 La vida que respiro
12 A telón cerrado
13 La soledad del director
14 A sala repleta
15 El Grupo Estable
16 Yo... oficialista
17 Las dos máscaras de La Comedia de Campana
18 Me sentí Cenicienta
19 El 9 de Oro
20 Más acá de la pandemia
21 El CPTI y una nueva esperanza
22 Punto de partida
23 El barretazo de Camino Negro