Fragmentos
Raíces, caminos y razones de
La Comedia de Campana
La Comedia de Campana - 50 años haciendo cultura -
Fragmento Nº 18:
Me sentí Cenicienta

por Guillermo Rodoni


Una de las veces que me sentí Cenicienta:

Cuando todos los planetas se alinearon para que yo fuera Jurado Internacional en el Festival Internacional de Teatro de El Cairo.

¡Maravilloso! ¡Increíble! ¡Inolvidable!

Un fax recibido desde el Ministerio de Cultura de Egypto me invitaba, con el pasaje aéreo gratis y la estadía gratis por doce días en el Hotel Sheraton Cairo, para que yo fuera uno de los once miembros del Jurado que debía elegir al mejor espectáculo teatral entre los ochenta y cuatro participantes de todo el mundo.

Once integrantes. Yo, ¡el único de habla hispana!

Una vez instalado allá (salteando todo el capítulo previo que contaré en futuras entregas), en medio de un mundo totalmente desconocido, solo, por mi ser argentino y el tema de las raíces y los ancestros y todo eso, desde el primer día fui construyendo una relación de amistad con mi par italiano, el notable autor teatral y cinematográfico, a quien entonces tampoco conocía, Giuseppe Manfridi, con quien en los momentos libres aprovechábamos para recorrer las calles y conocer recovecos de aquella ciudad sorprendente, inolvidable y casi mítica.

Cuando digo que me sentí Cenicienta no estoy exagerando.

Aquella circunstancia que parecía una utopía no se agotaba en eso. Ya contaré, en futuros fragmentos, más historias vividas durante aquel viaje. Ahora me parece importante situarte a vos en el marco de circunstancias que yo estaba viviendo, a tantos miles de kilómetros de mi familia, de mi ciudad, de mi país, cuando en la primera reunión que tuvimos con el comité organizador del evento, a primera hora de la mañana del día siguiente a mi llegada, nos pidieron formalmente que cuidáramos mucho lo que transmitíamos al periodismo ya que lo que se debatía día a día en el Jurado acerca de los espectáculos que iban ofreciéndose era absolutamente confidencial y no podía bajo ninguna razón filtrarse al público.

Eso, solamente, ya transportaba mi Vida a un mundo de fantasía!

Es de imaginar que, a lo largo de los diez días que duró el Festival, me fui encontrando con las más importantes figuras del teatro de todo el mundo que estaban allí, sonrientes y dispuestas para compartir la mesa del desayuno, del almuerzo o de la cena con este, para ellos o ellas, exótico hombre de teatro del país de Maradona y del tango.

Pese a que, como dije, volveré sobre este evento en el futuro, no puedo dejar de destacar la enorme producción, la preciosa organización, ¡la exquisita calidad de aquellos espectáculos!… ¡Las acaloradas e interminables discusiones entre los miembros del Jurado!…

Llega la mañana del último día: 11 de septiembre de 2001.

En conferencia de prensa, el Jurado debía dar a conocer al Mundo el resultado final del Festival Internacional de El Cairo para el Teatro Experimental. Tal el nombre oficial del Evento.

¡Creo que Cenicienta quedó al lado de un poroto!

Para quien no ha vivido algo así, supongo que es difícil imaginar la escena siguiente:

De golpe, sin previo aviso alguno, en el momento en que ingresamos a la sala de conferencias del hotel, una inusitada cantidad de flashes empieza a dispararse detrás de las identificaciones de las cadenas de noticias más famosas de todo el mundo. Flashes que apuntaban directo a nuestras caras. ¡Nos sentimos importantísimos! ¡Otro que Cenicienta!

¡Iba a darse a conocer la esperada noticia, en exclusiva para los medios periodísticos de todo el planeta que estaban presentes!

¿Y quienes íbamos a hacerlo?

¡Nada menos que nosotros!

El presidente del Jurado, que estaba de pie a mi izquierda, el norteamericano Philip Arnoult,

fue quien tomó la palabra: el elenco teatral ganador del Festival era el representante del estado de Palestina.

Terminada la ceremonia y después de haber disfrutado del ágape que se nos había ofrecido, decidimos ir cada uno a su habitación para descansar un poco, ya que nos esperaba un largo y agitado día que finalizaría a la noche con la ceremonia oficial que tendría lugar en el teatro principal, el Cairo Opera House.

En eso estaba yo, recostado sin sacarme todavía la ropa, cuando sonó el teléfono de mi habitación.

Era mi amigo italiano, que me preguntaba, casi sin voz, si había visto lo que estaba transmitiendo la televisión.

En todos los viajes que he realizado, creo que nunca encendí un televisor. Pero ante ese llamado tuve que hacerlo.

¡No podía creer lo que veía en la pantalla!
¡El avión que chocaba contra la primera torre gemela, en Nueva York!

¡El polvo!

¡La desesperación!

¡La incertidumbre!

La CNN transmitiendo en directo.

¡Y de pronto, para rematar la sorpresa y la angustia, el otro avión que llega!

¡Impacta!

¡El desastre!

Supongo que no es fácil imaginar, para quien lee esto ahora, lo que pasaba por mi cerebro en aquel momento.

Ver aquella atrocidad. Y sin darnos tiempo a tratar de entender algo, ver que en todo el mundo se estaban difundiendo imágenes inexplicables que, después se supo, eran totalmente mentirosas, de niños y niñas palestinas festejando en las calles el desastre que acababa de acontecer en Norteamérica.

Con la indescriptible velocidad que tienen los pensamientos, no podía dejar de ver mi casa, Ana, mis hijas, tan lejos, en un país cuyo presidente había declarado las relaciones carnales con los Estados Unidos, mientras yo, a veinte mil kilómetros de distancia, estaba viviendo en el hotel Sheraton, en un país del mundo árabe, y acababa de transformarme en uno de los once responsables de haber otorgado el premio mayor de uno de los festivales de teatro más importes del Mundo nada menos que a la república de Palestina.

La inmediata decisión de ir al café de enfrente para tratar de llamar por teléfono a casa.

Las comunicaciones con el exterior totalmente suspendidas.
La búsqueda salvadora de Internet para enviar un email.
Internet sin conexión.

¡No sé… no tengo idea de cuantos días pasaron!

¡Tal vez siglos!

¡O milenios enteros!

Tendría que contar Ana lo que vivió aquí, pensando y sintiendo lo mismo pero al revés.

Paradojas de la Vida.
Otro que Cenicienta!

¡Y la historia recién empezaba!

Nos esperaban el aeropuerto cerrado, los vuelos suspendidos, las líneas aéreas que no aclaraban nada, y el increíble avión de Air France en el que finalmente pude embarcar para emprender el regreso a la Argentina.

Ya lo contaré.

Ahora, en este presente, el del siglo XXI en plena pandemia, me pareció oportuno este relato por la renovada historia que transcurre en nuestros días donde el pueblo palestino es otra vez destinatario de tanta perversidad y tanta violencia.

Conocí en aquel momento al pueblo palestino.

Lo vi en la escena. Lo viví en los rostros y las pieles de chicas y muchachos que imploraban al Mundo un poco de piedad y comprensión para la injusticia y el tormento que poblaban sus vidas.

¡Nadie me lo contó!
Supe, con la eficacia y la potencia que nos posibilita el teatro, de sus sufrimientos y torturas.

Vi madres llorando la pérdida de sus hijos por el bombardeo.

Presencié a hombres despidiéndose de sus mujeres cada vez que salían hacia sus trabajos, ignorando día tras día si volverían con vida a sus casas.

¡Supe de toda esa angustia y todo ese dolor!


Y los padecí en carne propia, en una escala reducida pero tangible, aquel 11 de septiembre de 2001.

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El Jurado del Festival Internacional de Teatro de El Cairo - 2001-, presentado por el Ministro de Cultura de la República Árabe de Egypto


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A lomo de camello, en pleno Sahara, a pocos kilómetros de las célebres Pirámides



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